Me contagié con el vih en mi primera relación sexual. Tenía apenas 18 años.
Por años, escuchaba que ser gay es malo, pecaminoso, sucio – lo peor.
Me crié en un colegio católico. Sobre la sexualidad se hablaba poco o nada – sobre el vih, menos.
En mi casa, me educaron sobre protección, pero era mayormente para evitar embarazos.
Cuento todo esto para que entiendan la gravedad de no hablar de vih, de demonizar a la gente LGBTT, de destruir la humanidad de un sector hasta hacerlo vulnerable.
Siempre me he responsabilizado por contagiarme con el vih. No fue culpa del primer hombre por quien sentí afecto. No fue culpa mía tampoco. No fue culpa de nada, ni de nadie.
La responsabilidad – no la culpa – es compartida. La responsabilidad no tan solo de los individuos, sino de la sociedad por el estigma que crea, por el silencio cómplice, por la inacción que destruye, por el discrimen que deshumaniza.
Pero hay que reconocer que cuando te dicen por tanto tiempo que por ser LGBTT eres lo peor, no hay manera que eso no tenga un efecto en como te miras a ti mismo.
A lo que voy, el silencio de Nancy y Ronald Reagan – y peor aún, la inacción de su gobierno – sobre el vih fue devastador para la pandemia que ha cobrado la vida de tanta gente.
Cuando el entonces presidente Reagan finalmente habló – en 1987 – sobre el vih, ya 36,058 personas habían sido diagnosticadas y 20,849 habían muerto en EEUU. Ya se habían confimado casos en 113 países.
Ese silencio de Reagan, esas políticas conservadoras, esa homofobia que degrada son, en muchas ocasiones, las causantes de hacernos más vulnerables.
De hecho, si tuviera algo más de edad y me hubiera contagiado en los 80s, tal vez no estaría aquí tampoco. Sería una más de las víctimas de ese silencio y esa inacción.
Aún cuando Hillary ya se disculpó – en dos ocasiones – tras decir que los Reagan empezaron la conversación sobre el vih, sus erradas expresiones abrieron muchas heridas que son difíciles de sanar.
No voy a despotricar contra Hillary, pues a fin y al cabo, son las políticas republicanas, conservadoras y fundamentalistas las que han afectado más a la lucha contra el vih.
Pero tampoco puedo permanecer silente ante un error incalculable de una persona que se supone que entienda, empatice y empodere a un sector que aún sufre del peor de los estigmas – sentirse culpable por contagiarse con una condición que puede afectar a cualquiera.
Para mi, lo personal es político. Lo aprendí del feminismo. Lo aplico todos los días.
Por lo que entiendo que no es suficiente, enviar dos disculpas escritas, sin tener un diálogo honesto, abierto y transparente sobre la vida, la salud, el bienestar, los derechos y la humanidad de las personas que vivimos con vih.
Si tiene ese diálogo – público – con personas que vivimos con vih, Hillary tiene la oportunidad de crecerse ante este error y demostrar la presidenta que quiere llegar a ser.
Dentro de varios días, cumplo 22 años de haberme enterado y 23 de haberme infectado – más de la mitad de mi vida. Quiero vivir el resto de mis días en una sociedad que valore – en su total humanidad – a las personas que vivimos con vih…
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