Columna en El Nuevo Día
Matan a un hombre gay a puñaladas. Los asesinan frente a una discoteca gay.
Lamentablemente, esto lo hemos vivido ya.
Es una realidad que la mayoría de los crímenes de odio son aquellos en los que se arremete con el más cruel y despiadado encono – sí a puñaladas.
El año pasado, la masacre en la discoteca Pulse en Orlando afectó directamente a la comunidad LGBTT puertorriqueña, pues 23 de las víctimas eran boricuas.
En estos días, se nos estremece el alma colectiva con el brutal asesinato de un enfermero gay en Isabela y con un doble asesinato frente a la discoteca gay Oasis.
Por un tiempo, habían mermado los ataques en contra de nuestra gente LGBTT. En parte se debía a que íbamos derrumbando las barreras del discrimen.
Se aprobaron leyes a favor de la población LGBTT, había apertura en el gobierno, más gente salía del closet. Era una época donde se señalaba a la homofobia como un mal social.
Tanto así, que en los pasados cuatro años, tuvimos menos de 20 casos de asesinatos de miembros de nuestra comunidad.
Antes de ese período, se reportaban más de 20 casos al año – AL AÑO. Precisamente porque el discrimen era legal, porque había complicidad de un gobierno homofóbico, porque no teníamos derechos.
No es casualidad que empecemos a ver un incremento en estos ataques.
El nuevo gobierno – tanto aquí como en EEUU – es fundamentalista.
El mensaje intolerante de Trump cala hondo en aquellos que ya tienen prejuicios y se sienten motivados a arremeter contra aquello que odian.
Si a eso le sumamos que el gobierno de Rosselló ya envió un mensaje de que se pueden eliminar derechos a la gente LGBTT, pues le da permiso a la gente para atacarnos.
En Puerto Rico, ya eliminaron las cartas circulares que protegían a nuestros estudiantes trans y enseñaban la perspectiva de género en las escuelas públicas. Ya nos están quitando derechos adquiridos. Ya la homofobia es nuevamente aceptada como filosofía de gobierno.
Por ahí vienen más ataques institucionalizados en contra de la gente LGBTT. Nos están poniendo un blanco en nuestras espaldas – por ser quienes somos y por amar a quienes amamos.
Esta ola de odio que empieza a alzarse nuevamente puede detenerse.
Para empezar, podemos contar con el apoyo de la ciudadanía para esclarecer estos casos, así como la sensibilidad para no ignorar el hecho de que el prejuicio puede ser tan dañino como para llegar a matar a otro ser humano.
De más está decir que no nos vamos a quedar cruzados de brazos mientras nos asesinan.
Haremos responsables a los que promueven el odio desde sus púlpitos y desde sus bancas legislativas y ejecutivas. Combatiremos cualquier intento por despojarnos de nuestros derechos y seguiremos luchando para alcanzar lo que merecemos: la igualdad y la justicia plenas. Contaremos con nuestros aliados que no nos dejarán solos y harán valer nuestra común humanidad.
Ahora bien, el gobierno puede recapacitar y entender que Puerto Rico somos todos y todas. La solidaridad – cualidad inherentemente puertorriqueña – puede despertarse en los corazones de nuestra gente. Podemos restaurar la política pública de no tolerancia al discrimen por orientación sexual e identidad de género.
Lo único que nos falta para detener el odio es amarnos los unos a los otros. Comprender que todos somos seres humanos que merecemos vivir en igualdad, paz y libertad. Lo que necesitamos es ponernos en los zapatos, las chancletas, los tennis, las tacas, los pies descalzos de los demás.
Sólo así podemos vencer al odio que nos acecha – con amor. Después de todo, como dijo Martin Luther King, “si se puede aprender a odiar, también se puede enseñar a amar; ya que el amor llega más naturalmente al corazón humano que su contrario».
Amemos, pues.