Mi abuelo era gay.
Acaba de fallecer. Me pidió, hace muchos años, que no dijera nada hasta que se fuera de este plano terrenal.
De hecho, me dijo, «el mejor homenaje que me puedes hacer es que en el momento que muera, lo anuncies al mundo. Que la gente sepa que no es humano mantener a una persona toda su vida en el clóset, en la oscuridad, prisionero de su propia realidad».
Sólo compartimos en cuatro ocasiones, en persona, pero su historia permanecerá en mi corazón para seguir dando la lucha.
Esa lucha para que nadie tenga que ocultar quien es. Esa lucha para que cada cual pueda amar sin tener que esconder su amor. Esa lucha para que se acabe la homofobia que deshumaniza.
Que las personas transgéneros y transexuales puedan vivir las vidas ordinarias que merecen tras extraordinarias luchas por hacer valer su humanidad.
Que las parejas LGBTT puedan tomarse de las manos en público y mostrarse cariño sin temor a la burla, al rechazo, a las miradas que señalan.
Que los jóvenes LGBTT puedan crecer en un mundo donde sean respetadas sus identidades desde pequeños y sean libres de ser.
Que nuestros viejos LGBTT puedan al fin ver la luz de vivir de cara al sol, sin miedo, sin discrimen, sin el odio que les negó su libertad.
En octubre de 2010, en nuestro cuarto y último encuentro en persona, Abuelo me contó su historia. Estuvo casado con 4 mujeres, pero no pudo casarse con el hombre que amó por más de 15 años.
Tuvo 3 hijos y muchos nietos. Ninguno, excepto yo, supo su verdad. Me pidió que esperara a su muerte para anunciarlo. Sus hijos y nietos, familiares y amigos, se enterarán seguramente por estas palabras que hoy le escribo. Eso es inhumano.
Me dijo en aquel último encuentro que vivía vicariamente a través de mi. Que mi lucha es por tanta gente que no conozco, pero también por aquellos más cercanos a mi.
En unos días marcharé en la Quinta Avenida al ser reconocido como «Orgullo Puertorriqueño» por el Desfile Nacional Puertorriqueño en Nueva York. Ese premio, ese desfile, esa dedicatoria va para mi abuelo. Bueno, para mis dos abuelos, pues mi otro abuelo fue padrino de esa parada hace muchos años. Ambos, da la casualidad, se llamaban Pedro.
Se que dondequiera que esté, marchará junto a mi, pues ya cumplí con su último deseo. Mi abuelo ya es libre – una libertad que esta sociedad no le concedió.
La historia de mi abuelo paterno es sola una más en las millones que no se cuentan a diario. Son historias de amores tronchados, de esperanzas marchitas, de silencios inhumanos.
Por esas historias, por esas personas, por esas vidas, tenemos que seguir luchando para que tod@s podamos vivir en libertad – sin temor de mostrarnos tales y cuales somos, con la certeza de que el amor siempre vence al odio.
Ni una vida más en silencio. Ni una vida más prisionera de la homofobia. Ni una vida más oculta, que nacimos para brillar.
Abuelo Fao, ve a la luz – esa luz que te fue negada en vida. Te amo…️
Vivir una vida sin poder decir la verdad; es mejor no vivirla. Muy valiente el confesar lo a ti que eres ejemplo de vivir la vida públicamente y sin temores. Te admiro querido Pochi