
Eso lo entendí desde muy temprana edad, cuando organicé una marcha y de repente me creí el che che de la película, me fui delante del cruzacalles que encabezaba la procesión y empecé a saludar como si fuera el gobe o Miss Universe.
Sentí un jamaqueón, me llevaron detrás del cruzacalles y al oído me dijeron: “Tú no eres más, ni menos que nadie. Tú eres igual. Así que camina con la gente”.
Era Mami dándome la lección de humildad más grande que he recibido – y lo que eventualmente se convirtió en mi filosofía de vida.
He cometido muchos errores como ése, pero siempre he tratado de rectificar, enmendar y crecer.
Hay mucho que decir sobre mi decisión de ayer, al igual que de la anterior. Sé que herí a gente en ambos momentos – cosa que no fue, ni será mi intención. Sólo seguí a mi corazón.
Cada cual tiene derecho a su opinión, pero como decía Cicerón: “mi conciencia tiene para mí más peso que la opinión de todo el mundo”.
Soy humano – un ser humano – que ha aprendido a no ser más, pero tampoco menos que nadie, como Mami me enseñó. A darme a respetar cuando tengo que hacerlo y a guardarme en la dignidad del silencio de ser necesario.
Sobre todo, he aprendido a caminar con la gente. A ponerme en los zapatos de los demás. A moverme a la acción solamente llamado por nuestra común humanidad.
Siempre haré lo que creo que es mejor para mi gente – y sobre todo, para la patria que me vió nacer.
A fin de cuentas, es con mi conciencia – única y exclusivamente – con la que tengo que vivir.