Una simple palabra, pero una profunda acción.
Hace unos días, el País fue testigo de esa acción a través de la disculpa – pública y en corte – que me ofreciera Joseph Joel Morales Serrano por amenazarme de muerte a través de Twitter.
Antes de llegar al tribunal federal, ya yo lo había perdonado. Aprendí hace mucho a no albergar rencor, mucho menos odio, en mi corazón. Pero estando en la corte, viendo y sintiendo el dolor de su familia y de la mia, reafirmé ese perdón.
De hecho, yo no hubiera podido vivir tranquilo si Joseph Joel hubiera tenido que pasar un minuto más en prisión más allá de los tres días que ya estuvo en la cárcel federal. Además, que recibió una sentencia suspendida de tres años en la que estará bajo la supervisión de la corte. Y es que aunque sé que cuando se comete un delito, hay consecuencias, para mí el fin no es castigar, sino educar.
El juez José A. Fusté fue enfático en no tolerar la intolerancia. Se expresó en contra del odio que se expresa a diario a través de las redes sociales y en las secciones de comentarios de los portales cibernéticos de los medios de comunicación.
Al momento de sentenciar a Joseph Joel a tiempo cumplido tras declararse culpable, el juez Fusté me pidió que pasara al estrado y le dijo a Joseph Joel que me pidiera disculpas de frente.
Joseph Joel no lo pensó dos veces. Se acercó y me abrazó. Lo abracé de vuelta y lo sostuve un rato. Luego, gentilmente, lo aguanté e hice que nos miráramos. Quería reconocer su humanidad y que él me mirara a los ojos y reconociera la mía. Así fue.
Quién sabe si somos familia. Compartimos un apellido. Compartimos un País. Compartimos un caso que aunque inicialmente nos tenía separados, logró abrazarnos.
Es irónico que esta reconciliación puertorriqueña se diera en el tribunal federal – pero se dió. Ahora falta que esta reconciliación se multiplique en otras áreas de nuestra vida como pueblo.
Tenemos que celebrar nuestras diferencias, respetarlas, valorarlas. Pero cuando las diferencias son irreconciliables, tenemos que ver más allá de éstas y respetarnos los unos a los otros.
No quiero volver a corte. Quiero vivir en paz. Son muchos años de amenazas, ataques, burlas, insultos, atentados. Pero no soy sólo yo. Si fuera solamente yo, pues no habría problema.
Es que somos muchos los que sufrimos de este acoso, abuso, atropello a nuestra dignidad humana. Y si no detenemos esta ola de violencia, odio e intolerancia, se nos cae el País.
Es momento de respetar – y ojalá que podamos celebrar y valorar – las diferencias. Es el primer paso para la reconciliación puertorriqueña que tanto nos hace falta.
En el tribunal el amor venció al odio. Es hora de que en el País pase igual.