
Mucha gente me pregunta que donde estoy.
La respuesta ese sencilla: donde siempre — en pie de lucha.
Con los años, las estrategias y las tácticas cambian.
Al principio —y por mucho tiempo— era necesaria la visibilidad, la combatividad, la militancia.
Se abrieron caminos y puertas que parecían cerradas. Se tocaron corazones. Se abrieron mentes. Se construyó una zapata.
Ya hay cambios que se ven y se sienten.
Ahora toca —con el peso del esfuerzo y las conquistas— empujar desde otros frentes para sostener y ampliar lo luchado, lo conseguido, lo ganado.
Es hora de construir estructuras y proyectos permanentes que abonen a un sistema más justo, más equitativo, más liberador.
De vez en cuando, hay que alzar la voz, tirarse a la calle, volver al frente —porque el odio no descansa.
Pero, también hay que recuperarse, sanar y reflexionar.
Le he dedicado mi vida a esta lucha —tanto así que mi vida es lucha y la lucha es mi vida. He servido —queriendo y no queriendo— de pararrayos, cogiendo cantazos a diestra y siniestra.
Estoy magulla’o, tengo las cicatrices a flor de piel, mi alma lo siente.
Pero también estoy satisfecho, orgulloso y honrado.
Doy gracias a la vida, a ustedes mi gente y a mi familia de amistades y biológica por permitirme estar donde siempre me ha gustado estar: en pie de lucha.
Sigo aquí, no me he ido, ni me iré. Muero con las botas puestas, pero desde un lugar que me permita restaurarme, escudarme y sobre todo, amarme a mi primero, que toda la vida la he dedicado a luchar.
Seguimos…