
Este pasado fin de semana, se celebraron los diez años de la boda de ellas. Las periodistas Wilda Rodríguez y Graciela Rodríguez me honraron al pedirme que diera el brindis, el cual comparto a continuación.
De tanta gente que les ama, invitaron a dar el brindis al más pendejo: al que no bebe.
Estoy seguro de que cualquiera de ustedes, gente amada por Wilda y Graciela, pudiera dar un mejor brindis. Tal vez porque han compartido más vivencias, porque conocen más anécdotas, porque la amistad haya sido más longeva. Ya tendrán su turno en el micrófono abierto donde podrán cantar, recitar o deponer.
Sin embargo, creo que Wilda y Graciela me escogieron por algo muy particular y es esto…
Nunca se los he compartido a ellas y aprovecho que están, en público, junto a su gente más amada, para celebrarlas.
Quiero agradecerles porque por ustedes, muchas parejas LGBTQ+ se pueden casar.
Se sorprenderán que haga tal aseveración, pero es cierto.
Su activismo —muy diferente al frontal que llevamos algunos— abrió los corazones y las mentes de muchas personas que jamás impactaríamos con retórica, marchas o desobediencia civil.
El que tanta gente celebre el amor que se tienen Wilda y Graciela —rutinariamente, como lo que es: un suceso tan básico pero tan sublime— es activismo.
El abrirse paso en un gremio —muchas veces machista y homofóbico— es activismo.
El ser abiertas sobre su amor —en todo momento con la cotidianidad con que lo hacen— es activismo.
El criar a una hija juntas —con todo el amor del universo, y que saliera tan hermosa, solidaria y amorosa como lo es Gaby— es activismo.
El tener un restaurante juntas —tan famoso y tan concurrido por tanta gente diversa— es activismo. Estoy seguro de que mucha gente, que pudo albergar prejuicios, al ir a Las Tías cambiaron de opinión.
El publicar un libro de recetas juntas —donde comparten con la mayor naturalidad sobre su relación de pareja— es activismo.
El lograr que Yulín, la entonces Alcaldesa de San Juan, cambiara su oposición al matrimonio igualitario —con una sola aseveración que le dijera Graciela y parafraseo: “yo te quiero y te seguiré queriendo, pero no sé como dices que estás a favor de la equidad — pero me niegas a mi el derecho a casarme cuando tú te has casado un montón de veces”— es activismo.
Hasta la boda de ellas —cibernética e inesperada con todo el furor que causó— es activismo.
Esto es muestra de que han podido llegar a lugares que nadie podría llegar.
Su astucia, su elocuencia, su irreverencia, su amor genuino y desinteresado por la gente a la que aman, su lealtad, sus principios inquebrantables, su amor a la patria, su defensa férrea de sus ideales, su lucha por construir un mejor país, pero sobre todo ese amor que se tienen, les hace llegar a tanta gente que se convierte en amor transformador, en una fuerza avasalladora que rompe con los prejuicios escondidos y hace florecer nuestra común humanidad.
Ese amor que les une por más de tres décadas —incluyendo la década que celebramos hoy de casadas— ha tocado más corazones y ha abierto más mentes de las que ustedes mismas ni se imaginan.
Este salón está repleto de historias y de seres que somos mejores personas porque ustedes dos se aman.
Ese amor —que ha transformado un país— hay que celebrarlo, hay que protegerlo y hay que enaltecerlo.
Por el aniversario de la boda de ellas, brindamos —hoy y siempre— por las esposas Wilda y Graciela.
Que el amor, la felicidad y la esperanza siempre les acompañen.
¡Qué vivan las eternas novias!






